viernes, 30 de noviembre de 2012

Los sueños, esas grandes superproducciones

Suelo tener unos sueños bastante rarunos. Hasta ahí, bueno, todo normal, porque me juego un dedo a que todos pensamos lo mismo. Pero hoy me voy a quedar con esos que son puñeteras superproducciones de Hollywood. Larga duración, un montón de personajes, extras, coches, escenarios diseminados por distintas partes del mundo (no me queda muy claro qué partes, ni qué mundo), grandes efectos especiales, números musicales, historia de amor y viaje de cambio y superación para el protagonista, osea, yo. Ni se me ocurre qué película de Hollywood tiene tanto bombo, tanto platillo y, al mismo tiempo, un fondo con mensaje y lagrimica.

Esto viene a colación del sueño que he tenido hoy; no ha faltado de nada. Lo sorprendente es que recuerdo bastantes detalles, y mira qué tenía miga la cosa. No sé si el orujo de hierbas de anoche tendrá algo que ver. Echarse a dormir con una cogorza de absenta ya tiene que ser para morirse (y la resaca ni te cuento).

La parte chunga de tanta imaginería onírica viene cuando, por alguna razón, aparece un personaje que te toca un poco la fibra, en el sentido que sea, y te quedas jodido un rato (o todo el día). Que me imagino que es algo que tampoco me pasa sólo a mí. Se supone que a través de los sueños damos una vía de escape a cosas que tenemos en la cabeza y sobre las que no queremos pensar, o a cosas sobre las que pensamos demasiado, todo ello revuelto con la película, serie, videojuego, programa, libro o anuncio de la Cocacola de turno. Esta teoría no funciona, por lo menos no del todo, porque, ¿qué sentido tiene entonces meter un personaje, una trama, aunque sea secundaria, que va a estar rondándote por la cabeza, cual mosca cojonera, durante todo el pastelero día? ¿Para qué soñamos entonces? ¿Para recordarnos los fantasmas que seguimos teniendo con nosotros aunque no los queramos ver? ¿Para echarnos en cara a las personas que hemos perdido, o que se han marchado, y las cosas que no hemos hecho, y nos sintamos como una puta mierda durante diez o doce horas, dándole vueltas a historias que no van a ir a ninguna parte? ¿Qué necesidad tienen las productoras de sueños de dar por culo con antiguos amores, o amores imposibles, pudiendo contratar a Brad Pitt?

La película El sueño de hoy ya estaba bastante completito sin  que apareciese nadie a poner un broche final con un beso, en plan Walt Disney. En serio: había explotado una gasolinera, haciendo volar por los aires una cosechadora, un Cadillac, un 600, un Playmouth Barracuda de color marrón y dos furgonetas. Dos rinocerontes que estaban siendo obligados a arar campos en un cortijo de Yorkshire (Inglaterra) habían escapado hacia la libertad de la sabana africana. Y todo eso después de varios números musicales, un par de buenos gags, estrellas invitadas, un momento "friends forever", dos peleas y un intento de violación ¿Qué necesidad había de tenerme a mí todo el día pensando en algo que no va a poder ser? Y me refiero al beso, no a lo de los rinocerontes.

Lo peor de todo es que esa parte ni siquiera era original; estaba basada en hechos reales. Con la amarga diferencia de que, como suele ocurrir tantas veces en la vida, el beso no puso un broche de oro a nada, fue tan sólo un reflejo de lo que pudo ser y no fue al final. Ni fue, ni será, porque los sueños, sueños son. Y la vida no es sueño.

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