martes, 6 de julio de 2010

Basado en hechos reales

La mujer paró en un semáforo. De forma casi automática, buscó en su bolso algo que le ayudara a evadirse de esa sensación de ahogo, agobio y opresión que llevaba atenazándola toda la tarde. Necesitaba liberarse. Ya había caído el sol, de modo que no le preocupó en exceso ser vista. Por fin, localizó el botecito, lo destapó y se lo acercó a la nariz. Inspiró varias veces por cada fosa nasal, con fuerza, y esperó unos segundos a que la substancia hiciera efecto. Entonces, reparó en que el semáforo ya se había puesto en verde, y arrancó.

Sin embargo, el efecto no fue el esperado. En lugar de sentirse más liviana, completa y desahogada, como en otras ocasiones, experimentó un dolor intenso y una ansiedad indescriptibles. Empezó a llorar, y a duras penas pudo parar a un lado de la calle, mientras intentaba huir del escozor que le llegaba hasta el alma. Dudó entre salir del coche y buscar ayuda, y quedarse y aguantar el sufrimiento hasta que éste terminase por sí solo. El espacio reducido del vehículo la asfixiaba, se le venía encima. Se aferró al volante y lloró, no supo cuánto. Vio cómo la Muerte se reía de ella. El Tiempo parecía haberse parado, sólo para regodearse en su calvario.

Poco a poco, fue apagándose el fuego que la quemaba por dentro. Cuando logró serenarse un poco, se enjugó las lágrimas con una mano temblorosa y se miró en el retrovisor. Las sombras de las farolas, los ojos inyectados en sangre y el maquillaje corrido habían conseguido transformar su rostro, apenas una hora antes joven y bastante atractivo, en una parodia cruel y abominable de sí misma.

Casi sin poder apartar la mirada de la imagen del espejo, aún borrosa, suspiró, arrancó el coche y murmuró "Nunca más... Nunca.".